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El Pueblo Desnudo
EL PUEBLO DESNUDO
La historia que voy a contar esta basada en un cuento que hizo
famoso al danés Hans Christian Andersen, allá por el año 1837 y lleva por
título “El traje nuevo del emperador”.
Tampoco se sabe con certeza si esa historia es original del cuentacuentos danés
o este hizo suya una historia del infante don Juan Manuel en su libro El Conde
Lucanor, escrito allá por el siglo XIV.
Esta versión dice así:
Hasta la misma casa de doña Rosa y de tal y cual, llegaron una
banda de charlatanes, crápulas y embusteros (por ser generoso con los
adjetivos), que se decían a sí mismos ser los portadores de la buena nueva.
Afirmaban que eran capaces de generar un derrame de oro, perlas y todo tipo de
piedras preciosas, que se multiplicaría como los panes del evangelio. Este
seudo milagro tiene fuertes signos mesiánicos, proféticos y litúrgicos. Mesiánico,
porque según su líder, apoyado por la rama evangélica de la iglesia, reza
poseer las cualidades del “salvador”; Profético, porque se decían tener el don
de la visión futura; y Litúrgico, porque su estructura es similar a la de una
iglesia que basada en un decálogo o “manual de tareas”, adoctrinan a sus
seguidores para que cual apóstoles salgan a evangelizar a los faltos de fe o a
los que vueltos a subir a la rueda del sistema, son aspirantes de clase,
admiradores y politeístas creyentes de falsos dioses y falsos mesías. Solo
exigieron que les entregasen su confianza, que incluía parte de su destino, que
hipotecaran su futuro; ya que con todo eso tendrían vía libre y les devolverían “el oro y el moro”.
Ahora bien, dejaban en claro que tales obras sólo era posible verlo por
aquellas personas que realmente fueran fieles a quienes todos creían era ese líder
mesiánico, profético y con una liturgia “de manual”, por el contrario, todas
aquellas personas que no creyeran serían estigmatizadas , desacreditadas y
difamadas o ignoradas, susceptibles de ser desclasadas y arrojadas del sistema.
Admirado el pueblo de tal maravillosa cualidad, otorgó a esos
charlatanes, crápulas y embusteros, su confianza, que incluía parte de su
destino, que hipotecarían su futuro. Ellos jugaban al saber ser. Y así fue como
durante unos mil cuatrocientos sesenta días, sangraron alimentando a cuanta
sanguijuela llegara al pueblo atraído por ese purpura que drenaba hacia sitios
que acaparaban y multiplicaban, pero no bastó ese saqueo y los charlatanes,
crápulas y embusteros le avisaron al pueblo que no alcanzaba, que necesitaban
lo que su manual les pregona, el “futuro”, el de ellos, el de sus hijos y el de
los hijos de sus hijos.
Y así ocurrió.
Ese pueblo que cree en ellos, comenzó a decodificar, a deconstruir
el adoctrinamiento, a sentir que la Matrix no era infalible y así se fueron
desconectando y ayudando a desconectarse a otros y otros a otros, pero en
silencio, porque su orgullo de buena fe o de aspirantes de clase o de crápulas,
no les permitía gritarlo a voces.
Llegado el momento de la verdad, aquel donde no solo opina la
euforia o los espejos de colores, sino también y con más fuerza el crujir de
las tripas, la pérdida y la ignominia, el pueblo que no había creído ya
desconectado de la Matrix, logra mostrar que ese no es el camino, que un
destino mejor es posible.
Llegado el día de la fiesta, el pueblo que seguía conectado seguía
con una euforia sobreactuada, hasta que del otro lado de la multitud se escuchó
un agudo grite decir: “ese pueblo está desnudo”, “ese pueblo va desnudo”.
Tal grito pareció remover las conciencias de todos aquellos presos
conectados, primero con murmullos y luego a voz en grito todos empezaron a chismorrear
“el pueblo esta desnudo”, “el pueblo esta desnudo”; y así ese pueblo se dio cuenta
que estaba desnudo.
Todos fueron a buscar a la banda de charlatanes, crápulas y
embusteros, pero muchos habían desaparecido con todo el dinero, joyas, oro,
plata y gran parte de las ilusiones de "todo el pueblo", mientras que otro grupo
de sanguijuelas se reconvirtieron en defensores de ese mismo pueblo al que
diezmaron e intentan volver a diezmar. El engaño surge efecto y el pueblo va
desnudo.
De este cuento podríamos deducir varias moralejas. Una de ellas la inocencia de
doña Rosa y tantos, que como si fuesen niños creen en los reyes magos, y de
otra que no por el hecho de que una mentira sea aceptada por muchos; tenga que
ser verdad o deba ser cierta.
Aunque ojo, la historia puede que se repita…