sábado, 19 de diciembre de 2020

María Sarkis Yazbek Murad Murad de Murad - EL DESEO

El deseo.

 

¿Cómo poder volcar eso en palabras?

¿Cómo poder escribir sobre la vida de una mujer,

sin desvirtuar ningún minuto de su existencia?

 

Navegando en mi memoria, intento un punto de partida…, y recuerdo lo que he leído al respecto y lo mucho que escuché, pero recuerdo…, la recuerdo a ella sentada en la cocina de la casona que daba al frente de la calle ancha, en ese pueblo perdido, enmarcado entre bardas de lomas bajas y el río y una pampa de pajonales -terreno bajo, anegadizo, cubierto de pajas, carrizales, algunas totoras y otras yerbas que crecen en esos sitios, pero mayormente la llamada “paja brava”-, que lo divide entre el viejo y el nuevo pueblo, antiguo brazo de ese mismo río, la recuerdo pensativa, con la mirada fija y perdida a la vez, mirando en la película de su memoria la historia vivida, la recuerdo volando en sus relatos con expresa intensión de que me suba a ese viaje y entienda cuál era su historia, de la que formo parte, claro!, recuerdo esa cocina con la mesa de madera, igual a la que hoy viste mi comedor, aunque un tanto más chica y gastada por el paso de harinas y masas, las sillas thonet, el aparador, la mesada de cemento gris, la cocina a leña, las ollas y sartenes de hierro y algunas de aluminio, los cubiertos de alpaca la loza francesa e inglesa, de la que aún conservo algunas piezas, recuerdo que en medio de esos momentos compartidos, ella, trataba de dejar algo en mí, algo que en ese tiempo no analizaba, pero hoy puedo decodificar, atesorar y compartir, en perspectiva, le encuentro sentido a comportamientos del grupo de sangre al que pertenezco, un patrón del que no me detendré a desarrollar, ya que la intención es centrarme en ella. Así es como recuerdo interrumpir su relato, corrigiendo su dicción con acento atravesado con los que finalizaba ciertas palabras, recuerdo como con simpleza llana pero con convicción y sin rodeos, me participaba y haciéndolo revivían sus recuerdos, a los que yo registraba con interés y ganas de más, deseando que esa historia pasara a pertenecerme como legado transicional, un interés que de a poco fui complementando con la lectura, recordando al heredero de Fenicia y la histórica convivencia de comunidades cristianas y musulmanas, drusas y ateas, entre dos cadenas montañosas, la oriental y la occidental, como el portal que une la meseta en oriente con occidente. Ocupado por el Imperio Otomano en el siglo XVI, el Principado libanés se configura como provincia semiautónoma en el seno de éste, teniendo en cuenta que el territorio sirio, al que históricamente había pertenecido Monte Líbano, pasó a formar parte del Imperio Otomano en 1516, tras la derrota de los mamelucos ante los turcos, y lo seguiría siendo hasta la caída del Imperio en 1918 cuando este se derrumbó al final de la primera guerra mundial.

Visto a la distancia, ese relato de un cuento -que no era tal- nítido, panorámico, noble y tejido en secuencias en las que entendí y sentí como vívido, como cuando nos sumergimos en una historia que cuadro tras cuadro nos involucra, nos mimetiza y nos refleja, hasta que la repetimos como propia; porque así tejía María, luego de hilar los vellones que con su huso convertía en finas hebras, y lo hacía en todo momento, en su casa, en el campo, o donde fuera, llevando ese huso que su padre le había fabricado artesanalmente con una vara de cedro, tallada y trabajada con esmero, imitando a la de su esposa y a la de su madre, como en un ritual generacional, el mismo ritual que aplicaba su hija imitando lo que aprendiera de su madre y su abuela, todo trabajo, toda dedicación y empeño, hora tras horas de ver como su huso giraba y giraba convirtiendo la madeja en ovillo y este en tejido, haciéndolo a esa altura de manera mecánica, pero con una sincronización  admirable, mientras acompañaba a su hermano a pastorear el ganado en la ladera de la montaña, donde se daban los pastos tiernos y los retoños del monte achaparrado; es así que aún en sueños, logré recorrer esa tierra que me llevó a las cascadas, la piedra caliza, los infinitos cedros, las laderas áridas  con arbustos bajos, las laderas escalonadas naturales o las trabajadas para la siembra, esa tierra que permite la filtración de las aguas y la erosión intensa que han formado profundas gargantas a lo largo del tiempo, las milenarias cuevas con sus infinitas leyendas, las casas de piedra y los establos, sentir la brisa y el crujir de las añosas ramas de cedros, el olor a pasto, a piñones tostados, a pan ácimo, a azahares y los gritos de montaña a montaña que replicaban con sus musicales ecos; los mismos sueños que hilaban a esa niña jugando y descubriendo, mientras su madre recogía bayas comestibles en una cesta que su abuela le había tejido hacía unos años y aún conservaba, soñaba por las noches las historias que tejía de día, agregando cada vez más recursos, algunos producto de sus fantasías de niña y otros basados en los cuentos que le relataban sus padres, en los que creía y hacía suyos, relatándolos a su manera con agregados con tal de dar carta franca a sus deseos, ella misma decía haber sido una niña amada y protegida, con una especial atención por lo espiritual, que influenciaba en ella como mandato irrefutable.

Pienso en su coherencia de vida, sea cual fuere el momento que le tocó vivir.

Recuerdo que sus historias eran un derrotero de letras puesto en palabras, una catarata que traía todos los años pasados, me contaba que la economía de la zona se basaba en el pastoreo, la sericicultura, el cultivo de la vid y el olivo, como así las hortalizas y árboles frutales en esas laderas y terrazas de pequeño tamaño. También recordé que decía ser feliz, pese a lo austero, lo simple los hacía felices, ya que en ese momento no había zozobra en su hogar, ella tallaba su mundo sobre un fino cristal de nobleza, tan fino como el ala de una mariposa y tan sonoro como el rugir de un puma en la montaña, sus fantasías y sus ilusiones no eran muy diferentes, ya que pese a su gran interés, sus conocimientos eran limitados, más por los mandatos que por sus deseos, pero sin importarle lo que dirían los demás, siempre apeló a la buena voluntad de su madre en intentar responder sus dudas,  porque era remoto el contacto con el afuera, con quienes no vivían la montaña, solo los diferenciaban los dialectos y alguna que otra costumbre que terminarían compartiendo. No había fugas en el sistema, solo alguna que otra suba de tensión, provocada por quienes habían despertado a la realidad de ver una conexión forzada, que los mantenía presos del poder de la Gran Puerta, y María era una de las que sostenían con coherencia cuestionar al sistema, logrando mínimas desconexiones, probando que un mundo dominado por ataduras falsas los mantendría postrados y que necesitaban dar voz a lo que sus cuerpos dolían, ser ellos mismos.  Eran tiempos en los que la ignorancia convivía con lo moral y no con lo intelectual, un concepto más religioso del desconocimiento y de la credulidad, en la mayoría de los casos, como consecuencia. Aunque hurgando puedo entender que pese a todo lo primitivo, había momentos de respiro, no de malicia ni de premeditación, sino simplemente por saber solo lo que se sabe. Ellos labraban la tierra, sembraban, cosechaban y manufacturaban los alimentos, todo y pese a todo, bajo un único denominador común que era su fe que obviamente confrontaba con más de un momento de su realidad. Era cuando razonaba sin desconectar, o sea tomada por los mandatos, cuya mezcla convulsionaba y eclosionaba simultáneamente, porque ser como se era y pertenecer a donde pertenecía, saber por experiencia vivida lo que sabía, se supondría le daba pruebas como para cuestionar mínimamente a su iglesia, a su Patriarca, que obscenamente y con opulencia y posición, marcaba la diferencia, más allá que María, por ascendencia materna (Yazbek) sabía que por sus venas corría sangre noble.

La religión era la razón desde donde se entendían todas las cosas. Un sitio que tiene la sociedad más religiosamente diversa de todos los estados de oriente próximo, una religión que como tal se basaba en preceptos con denominadores comunes: el miedo, la culpa, el pecado y el perdón. Seas maronitas, drusos, griegos-ortodoxos, chiíes, suníes o griegos-católicos que figuran como miembros de comunidades diferentes, seas musulmán o creas en lo que sea, siempre estarán presentes esos arbitrarios preceptos que sometían sin distinción de clases, aunque sí normalizaban en cuanto a distinción de género, dando poder a esos preceptos, que aun a los ateos les aplicaban las “generales de la ley”. Se debe tener en claro que, desde los matrimonios a la mayoría de los contratos de convivencia urbana, estaban basados en preceptos religiosos.

Si digo que la distinción de género hacía la diferencia, es porque la mujer, casi una posesión, para no ser tan crudo y afirmar que lo es, debe respetar la palabra de los hombres y someterse a sus designios; y ni hablar si tenemos en cuenta a qué clase social aplica.  La clase no es una construcción aparte del género, sino que más bien la clase se expresa en términos de género. Violencia por donde se lo mire. Una mujer de clase alta o acomodada lograba ejercer un poder que no se mostraba al afuera, pero que tenía todo el peso del mando, a quien se obedecía mas allá de sus ovarios. Si por el contrario no tenía esa fortuna de dote, su porvenir era otro y dependía de distintos factores… Violencia en un escalón más arriba. En sus comienzos las diferencias de clases estaban expresadas y constituidas en función de las relaciones patriarcales. Entiéndase que pese lo dicho, las mujeres conservaban su poder de elección y actuación, en un grado más limitado que los hombres de su entorno; aunque ellas hasta hoy siguen teniendo menos libertad que los hombres ya que uno de los aspectos, como es la sexualidad, la controlan otros, son reprimidas psicológicamente con el agravante de estar en desventajas físicas. Desde siempre, las mujeres y sobre todo como María, hija de José, nieta de Sarkis, han luchado por esa opresión. Insistiré en dos conceptos recurrentes como son la ignorancia y la convicción. Ambos pudieron convivir en ella y ser parte de su personalidad y ni una opacó a la otra ante la posibilidad de un quiebre, sino que, por el contrario, ambas fueron aliadas en ese trabajo de transitar para no ser presa del poder. Herramientas simples hicieron posibles comportamientos inesperados.

Convengamos, lamentablemente que, el sistema patriarcal solo puede funcionar gracias a la cooperación de las mujeres y sobrados son los ejemplos que tendríamos para aportar al respecto, vengamos al hoy y podemos ver que sin ponerse coloradas, existen hordas defensoras de un patriarcado perverso, asociado a preceptos, básicamente religiosos que mediante la culpa manipulan perversamente los cuerpos y las conciencias, basados en géneros, privaciones, prohibiciones, divisiones, represiones, discriminaciones, poder y recompensas. Una forma de patriarcado a la que podríamos definir como dominación paternalista, allí donde la dominación queda mitigada por las obligaciones mutuas y los recíprocos deberes, el trueque entre protección por sumisión, manutención por trabajo “free”, donde no son iguales las responsabilidades y hay inequidad. Esa dominación patriarcal en el caso de los varones es temporal, mientras que en las mujeres es para toda la vida, se trata de un contrato tácito que perdura, aun sea el caso en que la parte masculina lo viole incumpliéndolo. Insisto, hay quienes a pesar de las pruebas intentan defender que no se cosifica a la mujer, si, por cierto, a su sexualidad y su capacidad de reproducción. A rigor de verdad y quitando eufemismos, debemos afirmar que, por el contrario, se la “re cosifica” en todos y cada uno de los términos a los que se alude para definirla.

También en ese contexto “pasaban cosas” y recuerdo haber leído que, en 1856 un Edicto Imperial reconoce la igualdad de todos los ciudadanos otomanos, independientemente de su religión y concede a los ciudadanos los derechos humanos fundamentales y las libertades personales y públicas por primera vez. Pero la guerra civil de 1860 impulsó a los franceses a desembarcar sus tropas e intervenir para proteger a los cristianos maronita (religión que ella profesaba fervientemente) y al reino de la Gran Bretaña en nombre de los drusos, después de las masacres en las que murieron más de 12.000 cristianos.

El Monte Líbano se separó preliminarmente de Siria y fue reunido como una Administración cristiana, no una gobernación, designada por el sultán otomano. A raíz de eso Monte Líbano se convierte en una Administración semiautónoma, donde el Administrador debía ser asistido por un consejo de las diversas comunidades religiosas. Cada uno de los seis grupos religiosos que habitaban el Líbano (maronitas, drusos, sunitas, chiitas, ortodoxos griegos y melquitas) elegía a dos miembros para el consejo.

 

Pero la historia es la historia y no es mi intención manipularla ni desvirtuar su curso, ni navegar en aguas que no domino, solo intento contextualizar ésta en tiempo y espacio.

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