¿Cómo poder volcar eso
en palabras?
¿Cómo poder escribir sobre la vida de una mujer,
sin desvirtuar ningún
minuto de su existencia?
Navegando
en mi memoria, intento un punto de partida…, y recuerdo lo que he leído al
respecto y lo mucho que escuché, pero recuerdo…, la recuerdo a ella sentada en
la cocina de la casona que daba al frente de la calle ancha, en ese pueblo
perdido, enmarcado entre bardas de lomas bajas y el río y una pampa de
pajonales -terreno bajo, anegadizo, cubierto de pajas, carrizales, algunas
totoras y otras yerbas que crecen en esos sitios, pero mayormente la llamada “paja
brava”-, que lo divide entre el viejo y el nuevo pueblo, antiguo brazo de ese
mismo río, la recuerdo pensativa, con la mirada fija y perdida a la vez,
mirando en la película de su memoria la historia vivida, la recuerdo volando en
sus relatos con expresa intensión de que me suba a ese viaje y entienda cuál
era su historia, de la que formo parte, claro!, recuerdo esa cocina con la mesa
de madera, igual a la que hoy viste mi comedor, aunque un tanto más chica y
gastada por el paso de harinas y masas, las sillas thonet, el aparador, la
mesada de cemento gris, la cocina a leña, las ollas y sartenes de hierro y
algunas de aluminio, los cubiertos de alpaca la loza francesa e inglesa, de la
que aún conservo algunas piezas, recuerdo que en medio de esos momentos compartidos,
ella, trataba de dejar algo en mí, algo que en ese tiempo no analizaba, pero
hoy puedo decodificar, atesorar y compartir, en perspectiva, le encuentro
sentido a comportamientos del grupo de sangre al que pertenezco, un patrón del
que no me detendré a desarrollar, ya que la intención es centrarme en ella. Así
es como recuerdo interrumpir su relato, corrigiendo su dicción con acento
atravesado con los que finalizaba ciertas palabras, recuerdo como con simpleza llana
pero con convicción y sin rodeos, me participaba y haciéndolo revivían sus
recuerdos, a los que yo registraba con interés y ganas de más, deseando que esa
historia pasara a pertenecerme como legado transicional, un interés que de a
poco fui complementando con la lectura, recordando al heredero de Fenicia y la
histórica convivencia de comunidades cristianas y musulmanas, drusas y ateas,
entre dos cadenas montañosas, la oriental y la occidental, como el portal que
une la meseta en oriente con occidente. Ocupado por el Imperio Otomano en el
siglo XVI, el Principado libanés se configura como provincia semiautónoma en el
seno de éste, teniendo en cuenta que el territorio sirio, al que
históricamente había pertenecido Monte Líbano, pasó a formar parte del Imperio
Otomano en 1516, tras la derrota de los mamelucos ante los turcos, y lo
seguiría siendo hasta la caída del Imperio en 1918 cuando este se derrumbó al final de la primera guerra mundial.
Visto
a la distancia, ese relato de un cuento -que no era tal- nítido, panorámico, noble
y tejido en secuencias en las que entendí y sentí como vívido, como cuando nos
sumergimos en una historia que cuadro tras cuadro nos involucra, nos mimetiza y
nos refleja, hasta que la repetimos como propia; porque así tejía María, luego
de hilar los vellones que con su huso convertía en finas hebras, y lo hacía en
todo momento, en su casa, en el campo, o donde fuera, llevando ese huso que su
padre le había fabricado artesanalmente con una vara de cedro, tallada y
trabajada con esmero, imitando a la de su esposa y a la de su madre, como en un
ritual generacional, el mismo ritual que aplicaba su hija imitando lo que
aprendiera de su madre y su abuela, todo trabajo, toda dedicación y empeño,
hora tras horas de ver como su huso giraba y giraba convirtiendo la madeja en
ovillo y este en tejido, haciéndolo a esa altura de manera mecánica, pero con
una sincronización admirable, mientras
acompañaba a su hermano a pastorear el ganado en la ladera de la montaña, donde
se daban los pastos tiernos y los retoños del monte achaparrado; es así que aún
en sueños, logré recorrer esa tierra que me llevó a las cascadas, la piedra
caliza, los infinitos cedros, las laderas áridas con arbustos bajos, las laderas escalonadas naturales
o las trabajadas para la siembra, esa
tierra que permite la filtración de las aguas y la erosión intensa que han
formado profundas gargantas a lo largo del tiempo, las milenarias cuevas con sus infinitas leyendas, las
casas de piedra y los establos, sentir la brisa y el crujir de las añosas ramas
de cedros, el olor a pasto, a piñones tostados, a pan ácimo, a azahares y los
gritos de montaña a montaña que replicaban con sus musicales ecos; los mismos
sueños que hilaban a esa niña jugando y descubriendo, mientras su madre recogía
bayas comestibles en una cesta que su abuela le había tejido hacía unos años y aún
conservaba, soñaba por las noches las historias que tejía de día, agregando
cada vez más recursos, algunos producto de sus fantasías de niña y otros
basados en los cuentos que le relataban sus padres, en los que creía y hacía
suyos, relatándolos a su manera con agregados con tal de dar carta franca a sus
deseos, ella misma decía haber sido una niña amada y protegida, con una
especial atención por lo espiritual, que influenciaba en ella como mandato
irrefutable.
Pienso
en su coherencia de vida, sea cual fuere el momento que le tocó vivir.
Recuerdo
que sus historias eran un derrotero de letras puesto en palabras, una catarata
que traía todos los años pasados, me contaba que la economía de la zona se basaba
en el pastoreo, la sericicultura, el cultivo de la vid y el olivo, como así las
hortalizas y árboles frutales en esas laderas y terrazas de pequeño tamaño. También
recordé que decía ser feliz, pese a lo austero, lo simple los hacía felices, ya
que en ese momento no había zozobra en su hogar, ella tallaba su mundo sobre un
fino cristal de nobleza, tan fino como el ala de una mariposa y tan sonoro como
el rugir de un puma en la montaña, sus fantasías y sus ilusiones no eran muy
diferentes, ya que pese a su gran interés, sus conocimientos eran limitados, más
por los mandatos que por sus deseos, pero sin importarle lo que dirían los
demás, siempre apeló a la buena voluntad de su madre en intentar responder sus
dudas, porque era remoto el contacto con
el afuera, con quienes no vivían la montaña, solo los diferenciaban los
dialectos y alguna que otra costumbre que terminarían compartiendo. No había
fugas en el sistema, solo alguna que otra suba de tensión, provocada por
quienes habían despertado a la realidad de ver una conexión forzada, que los
mantenía presos del poder de la Gran Puerta, y María era una de las que sostenían
con coherencia cuestionar al sistema, logrando mínimas desconexiones, probando
que un mundo dominado por ataduras falsas los mantendría postrados y que
necesitaban dar voz a lo que sus cuerpos dolían, ser ellos mismos. Eran tiempos en los que la ignorancia convivía
con lo moral y no con lo intelectual, un concepto más religioso del
desconocimiento y de la credulidad, en la mayoría de los casos, como consecuencia.
Aunque hurgando puedo entender que pese a todo lo primitivo, había momentos de
respiro, no de malicia ni de premeditación, sino simplemente por saber solo lo
que se sabe. Ellos labraban la tierra, sembraban, cosechaban y manufacturaban
los alimentos, todo y pese a todo, bajo un único denominador común que era su
fe que obviamente confrontaba con más de un momento de su realidad. Era cuando
razonaba sin desconectar, o sea tomada por los mandatos, cuya mezcla convulsionaba
y eclosionaba simultáneamente, porque ser como se era y pertenecer a donde
pertenecía, saber por experiencia vivida lo que sabía, se supondría le daba pruebas
como para cuestionar mínimamente a su iglesia, a su Patriarca, que obscenamente
y con opulencia y posición, marcaba la diferencia, más allá que María, por
ascendencia materna (Yazbek) sabía que por sus venas corría sangre noble.
La
religión era la razón desde donde se entendían todas las cosas. Un sitio que tiene
la sociedad más religiosamente diversa de todos los estados de oriente próximo,
una religión que como tal se basaba en preceptos con denominadores comunes: el
miedo, la culpa, el pecado y el perdón. Seas maronitas, drusos, griegos-ortodoxos,
chiíes, suníes o griegos-católicos que figuran como miembros de comunidades diferentes, seas musulmán o creas en lo que sea,
siempre estarán presentes esos arbitrarios preceptos que sometían sin distinción
de clases, aunque sí normalizaban en cuanto a distinción de género, dando poder
a esos preceptos, que aun a los ateos les aplicaban las “generales de la ley”. Se
debe tener en claro que, desde los matrimonios a la mayoría de los contratos de
convivencia urbana, estaban basados en preceptos religiosos.
Si digo
que la distinción de género hacía la diferencia, es porque la mujer, casi una
posesión, para no ser tan crudo y afirmar que lo es, debe respetar la palabra
de los hombres y someterse a sus designios; y ni hablar si tenemos en cuenta a
qué clase social aplica. La clase no es
una construcción aparte del género, sino que más bien la clase se expresa en
términos de género. Violencia por donde se lo mire. Una mujer de clase alta o acomodada
lograba ejercer un poder que no se mostraba al afuera, pero que tenía todo el peso
del mando, a quien se obedecía mas allá de sus ovarios. Si por el contrario no
tenía esa fortuna de dote, su porvenir era otro y dependía de distintos factores…
Violencia en un escalón más arriba. En sus comienzos las diferencias de clases
estaban expresadas y constituidas en función de las relaciones patriarcales. Entiéndase
que pese lo dicho, las mujeres conservaban su poder de elección y actuación, en
un grado más limitado que los hombres de su entorno; aunque ellas hasta hoy siguen
teniendo menos libertad que los hombres ya que uno de los aspectos, como es la
sexualidad, la controlan otros, son reprimidas psicológicamente con el agravante
de estar en desventajas físicas. Desde siempre, las mujeres y sobre todo como
María, hija de José, nieta de Sarkis, han luchado por esa opresión. Insistiré en
dos conceptos recurrentes como son la ignorancia y la convicción. Ambos pudieron
convivir en ella y ser parte de su personalidad y ni una opacó a la otra ante la
posibilidad de un quiebre, sino que, por el contrario, ambas fueron aliadas en
ese trabajo de transitar para no ser presa del poder. Herramientas simples hicieron
posibles comportamientos inesperados.
Convengamos,
lamentablemente que, el sistema patriarcal solo puede funcionar gracias a la
cooperación de las mujeres y sobrados son los ejemplos que tendríamos para
aportar al respecto, vengamos al hoy y podemos ver que sin ponerse coloradas, existen
hordas defensoras de un patriarcado perverso, asociado a preceptos, básicamente
religiosos que mediante la culpa manipulan perversamente los cuerpos y las
conciencias, basados en géneros, privaciones, prohibiciones, divisiones,
represiones, discriminaciones, poder y recompensas. Una forma de patriarcado a
la que podríamos definir como dominación paternalista, allí donde la dominación
queda mitigada por las obligaciones mutuas y los recíprocos deberes, el trueque
entre protección por sumisión, manutención por trabajo “free”, donde no son
iguales las responsabilidades y hay inequidad. Esa dominación patriarcal en el
caso de los varones es temporal, mientras que en las mujeres es para toda la
vida, se trata de un contrato tácito que perdura, aun sea el caso en que la
parte masculina lo viole incumpliéndolo. Insisto, hay quienes a pesar de las
pruebas intentan defender que no se cosifica a la mujer, si, por cierto, a su
sexualidad y su capacidad de reproducción. A rigor de verdad y quitando eufemismos,
debemos afirmar que, por el contrario, se la “re cosifica” en todos y cada uno
de los términos a los que se alude para definirla.
También en ese contexto “pasaban
cosas” y recuerdo haber leído que, en 1856 un Edicto Imperial reconoce la igualdad de todos los
ciudadanos otomanos, independientemente de su religión y concede a los ciudadanos
los derechos humanos fundamentales y las libertades personales y públicas por
primera vez. Pero la guerra civil de 1860 impulsó a los franceses a desembarcar
sus tropas e intervenir para proteger a los cristianos maronita (religión que
ella profesaba fervientemente) y al reino de la Gran Bretaña en nombre de los
drusos, después de las masacres en las que murieron más de 12.000 cristianos.
El
Monte Líbano se separó preliminarmente de Siria y fue reunido como una Administración
cristiana, no una gobernación, designada por el sultán otomano. A raíz de eso
Monte Líbano se convierte en una Administración semiautónoma, donde el Administrador
debía ser asistido por un consejo de las diversas comunidades religiosas. Cada
uno de los seis grupos religiosos que habitaban el Líbano (maronitas, drusos,
sunitas, chiitas, ortodoxos griegos y melquitas) elegía a dos miembros para el
consejo.
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