Opinión + Asesoría de imagen + Artes Visuales + Interiorismo + Gestión
martes, 23 de febrero de 2021
miércoles, 10 de febrero de 2021
María Sarkis Yazbek Murad Murad de Murad - EL HOMBRE
El hombre.
La
historia dentro de la historia, parte de la historia.
Tomaré un momento para hablar
de él.
La piel aceituna delataba cierto
ADN de origen, aunque otro componente, externo, terminaba de sellar el color de
su piel, curtida por el sol de la montaña y pigmentado, pincelada tras pincelada,
por cada hora de dedicación a labranza, de carácter tranquilo, más bien
callado, de gestualidad mínima, de rasgos duales, que mostraban seriedad y
demostraban afecto y ternura, amigable, creíble, con estados solitarios y
momentos de sociabilidad manifiesta, hábil en los negocios, emprendedor, trabajador
incansable, tomado por los mandatos, con los que entablaba día a día una lucha de
supremacía. Así lo describía su bitácora,
que el juglar repitió hasta que los mortales entendieron de quien hablaba y por
qué enfatizaba ciertos episodios, como para diferenciarlos de otros o
posicionarlos, en el sitio correcto de la historia que le tocó en suerte. Los calificativos
enmarcaban al joven de cabello rizado, castaño oscuro, corto y ya con algunas incipientes
canas a pesar de su juventud, con ojos de mirada intensa y penetrante color
azabache, de labios gruesos y nariz aguileña, combo fiel en un ejemplar de
oriente próximo, descendiente fenicio de la montaña, que generación tras generación
reafirmaba su genética costumbrista de trueque, con un ejemplar respeto por su
familia, cumplía cuidadosamente los preceptos patriarcales, casi sin discutir las
formas, convencido que era ley y como tal debía cumplirse. Soñador de sueños
simples, pero no por ello menos ambiciosos, que solía recostarse en el pasto de
la escalonada siembra, tratando de interpretar lo que el paso de nubes le mostraba
mientras se formaba la tormenta de verano, o cuando ante un cielo intensamente
celeste y radiante, intentaba traspasarlo leyendo lo que esas otras páginas le
motivaban a proyectar en su intención de futuro. Sin ser un romántico soñador,
tenía la capacidad de arriesgar un deseo al que quería ordenar y promover para
sí, una mujer, una familia, hijos y todo inserto en lo que su tesón y trabajo
iban forjando; pero también rondaba en su futuro, germinar la semilla de
américa, hacia donde su hermano José hijo de Antonio, nieto de Antonio, había
partido con esa juventud sedienta de esperanzas y porvenir, si, lo magullaba en
secreto y solo algunas , muy pocas veces, lo hablaba con Antonio hijo de Sarkis,
su padre, que conmovido con el solo hecho de ver alejarse a otro hijo, balbuceaba
monosílabos híbridos y hasta carentes de gestualidad, a sabiendas que su
corazón no quería involucrarse y sentir la carga del propio reproche, pero también
era consciente que la situación socio política no era esperanzadora, sino que
por el contrario favorecía a esos jóvenes a emigrar, ante el dilema entre el
hambre y la muerte, ya que los enfrentamientos eran cada vez más frecuentes e
indiscriminados, e iban siendo sitiados en las montañas, sin ninguna perspectiva
de vida que no sea la pobreza. La historia del Líbano es una historia de sangre,
de sangre vertida en las intestinas luchas de clanes y familias originarias de
la montaña, pues una guerra secreta yace siempre por debajo de los conflictos
armados, que brotan en la población. Era sabido que en esos tiempos el Patriarca
había negociado su poder y pasando a ser un funcionario de recaudación de la Gran
Puerta, delegaba las esperanzas de su rebaño a la providencia del sálvese quien
pueda, sin dejar de manipular al pueblo mezclando los mandatos con la culpa y
con los deberes terrenales, asumidos en esos pactos espurios, beneficiarios de
sus arcas y las del sultanato; y motivadora de los movimientos del califato,
que por esos tiempos también ejercía su presión, supuestamente legítima,
heredada por linaje. Todos empujaban y los únicos oprimidos empujados eran los
hombres y mujeres que habitaban su tierra, que ya parecía no poseerles, debido
al acoso impositivo.
En ese contexto, ellos seguían
labrando surcos y esparciendo semillas, haciéndose creer los unos a los otros
que dios proveería, una cosecha prospera, una vida mejor, un futuro más digno,
preceptos heredados de ese costumbrismo bañado por múltiples religiones, cuya
influencia, aún en los ateos, marcaban la culpa, el perdón y la obediencia,
como rasgo de sumisión a los designios del gran poder, que personificado en el Príncipe,
el Patriarca, o quien fuera enviado del Sultán ahora y el Califa en su momento,
desangraban, sometiendo y explotando, ya que desde el reparto de tierras al de
cargos, se manejaba con la impunidad del soborno y la manipulación de
voluntades.
Él lo sabía a medias, lo incomodaba,
pero no le sostenían la dimensión de su fuerza. Lo sabía por lo que Antonio
Murad, hijo de Antonio, su padre, decía como patriarca de su familia, lo sabía por
la otra versión, cercana o no, con agregados o no, de los dichos de sus pares
al juntarse en la labranza, lo sabía por lo que veía en los comportamientos
ajenos, en el murmullo del gentío en el pueblo o en los dichos de su tío párroco,
en el sermón dominical, pero… ¿lo sabía?, digo, ¿había logrado internalizar lo que
pasaba? O simplemente lo veía como algo que pasaba a los otros y que, si dios
quiere, a mí no me va a pasar, porque de eso se trata en gran medida el seudo
individualismo, seudo ateo de su juventud, mezcla de obediencia, dudas, prohibiciones,
deseos terrenales de una adolescencia cuya sexualidad despertada no solo quería
satisfacerse con el auto conocimiento, que por esos tiempos capitalizaba toda
su atención, hasta tener decidido quien sería su destino inmediato, sintiéndose
presa de esa ensalada de ideas, de poca información no siempre comprobable, es
que intenta ordenar sus pensamientos y tener una charla más realista con su
padre, quien al principio lo toma como una simple duda de juventud, pero que al
correr del relato, entiende la profundidad de la duda y la necesidad de hacer
uso de toda su experiencia (que por cierto no era tanta, ya que su vida había
sido bastante lineal y sin salirse de la media de los usos y costumbres del
clan), para intentar aconsejar a ese hijo que demostraba haber saltado la valla
de la pubertad y ya caminaba el sendero de la juventud. Ambos, Jorge Antonio, nieto
de Antonio y Antonio, hijo de Antonio, apelarán a sus propios morrales, con el afán
de encontrar las mejores palabras, las mejores expresiones, en un intento de
buena voluntad para el logro de buenos deseos, ambos, el uno desde sus
interrogantes de joven y el otro desde sus pocas experiencias de padre, el hijo
haciendo hincapié en el deseo, aunque en la práctica no dándole la contundencia
necesaria, el adulto, respondiendo más con preguntas y gestos, que con evidencias,
un pin pon en cámara lenta, porque entre el decir del uno y el del otro, los
silencios se apoderaban de gran parte de los minutos, al punto de la distracción
o de la necesidad de la repregunta, y era obvio, el uno sabía que de una manera
más que tácita, estaba asumiendo su hombría y el otro a sabiendas y a pesar de ello,
debía seguir ejerciendo su paternidad, sin debilitar su patriarcado, un dilema al
que ambos, parecía ser, estaban dispuestos a asumir, habida cuenta, que daban
el consentimiento para dicho encuentro, en el que no siempre se llegaba a un término,
sin que muchas veces se hiciera participe a algún otro miembro y sobre todo si
se tratara del párroco, a quien se le atribuía
una sapiencia superior, susceptible de ser tomada como verdad y cuya aprobación
los haría beneficiarios de no tener que cargar con una culpa, sino que por el
contrario, con su beneplácito, la buenaventura sería presagio suficiente y
esperanzador.
Ya habían pasado varias semanas
de esa charla entre padre e hijo del clan Murad, cuando al volver una tarde de
labranza, Antonio, hijo de Antonio, el padre, detiene su andar y con voz calma,
dirigiendo su mirada a Jorge Antonio, nieto de Antonio, el hijo, dice: es hora
de que pienses en tener una familia, tu familia, una descendencia, al igual que
tu padre, tu abuelo y todos los que te precedimos, porque esa es la costumbre y
así debe ser. Tus ideas de seguir a tu hermano José pueden esperar, hoy tu
lugar es aquí, y por tus dichos la fuerza de tu deseo está más aquí que allá,
américa aún no ha madurado en ti, ve donde tengas que ir, y procura tu descendencia.
Fue contundente, no dio lugar a silencios que invitaran a reflexión, fue calmo
pero firme y con tono patriarcal, como imbuido del poder que le otorga la ley
invisible de la costumbre, en la creencia y con la convicción de que su decisión
era lo mejor para su vástago, un joven vigoroso, aunque un tanto influenciable
por los mandatos de su familia, retomó el camino, andando el resto del sendero
en silencio y nunca más hablaron del tema, ni entre ellos ni con nadie, hasta
que otra de esas tardes en las que regresaban de un arduo día de trabajo en el
campo, el hijo, pidiendo permiso dice: padre, mañana iré a Shatín, a casa de José
y pediré a una de sus hijas, a lo que el
padre asintiendo con su cuerpo respondió: lo que tendrá que ser, será, dios te
acompañe. Y así fue, partió esa mañana rumbo a la aldea vecina, mallugando frases
de lo que debía decir, nervioso por lo que podría escuchar, sujeto, por momentos,
a los deseos de regresar, aminorando su marcha, buscando escusas para dilatar
su llegada o entreteniéndose en comer bayas de algarrobas silvestres, pero seguiría
avanzando, hasta que da con el sendero que lo hace desviarse del camino real y
llegar a la casa de su pariente, lo recibe afectuosamente aunque sorprendida, Camela
hija de Yazbek , también Murad, cuya inocencia no descifra el porqué de la visita,
si era por dar una mala noticia o por simple casualidad, al encontrarse de paso,
y ofreciéndole un cuenco con agua, lo invita a caminar junto a ella, rumbo al
campo, donde encontraran al resto de la familia, abocados en controlar las tareas
de labranza, trabajo habitual al que él estaba acostumbrado y tomó con total
naturalidad, viendo a su paso parte del valle escalonado cubierto de simultáneos
surcos, cuidadosamente labrados donde estaba su pariente José Sarkis, primo
lejano por otra rama de su padre, también Murad y dos de sus hijos nietos de
Sarkis y Yazbek , su otra hija, María, nieta de Sarkis y Yazbek, más adelante, distraída,
jugaba con un cachorro que su hermano había traído a casa hacía unos días, sin
darse cuenta lo que estaba ocurriendo a sus espalda y sin pensar, más bien en
blanco o por momentos recitando alguna oración de alabanza y agradecimiento por
lo que para ella era su mundo, su capital, su familia. Los hermanos eran muy
unidos y se apoyaban los unos a los otros y entre todos a sus padres, pero entre
María y Hanan ese vínculo era aún más estrecho, compartían todo, sus alegrías,
sus tristezas, sus sueños, sus recreos en el campo, sus largas caminatas al
bosque de cedros, sus risas mientras peinaban sus rizos antes de dormir o
cuando cuchicheaban de alguna proeza de su hermano Pedro, al que ambas
admiraban y consentían, sintiéndose protegidas.
Un cruce de miradas entre parientes
bastó para entender el motivo de la visita, que los llevó, invitados por el
adulto mayor y la situación, a caminar, alejándose del grupo, con el fin de poder
hacer las preguntas de rigor y recibir las esperadas respuestas acordes, siguieron
caminando en silencio hasta que los minutos no sostenían más el momento y como
para romper el hielo, la pregunta de si su padre sabía que él estaba allí, se
escuchó muy amablemente pero con la necesidad de saber, porque de esa respuesta
estaría pendiente la continuidad de la charla, debía saber que tenía el consentimiento
y la anuencia, que justificara semejante osadía, poniendo en juego el honor de
la familia. Todo eso se disipó cuando un “sí, claro”, se escuchó con firmeza,
distendiendo un mínimo, la tensión, que continuaba ante las preguntas y
respuestas que en cascada se sucedían, con la ansiedad de un padre en no
cometer un grave error y los nervios de un joven en no poder dar marcha atrás ante
solemne presencia, y en determinado momento, el grupo que los veía a lo lejos,
escucha la voz del padre que llamando a María, gira su andar y retorna sobre
sus pasos a su encuentro, que acompañado por murmullos delatan las miradas entre
las hermanas , ellas con su madre, la confusión, la obediencia, la sumisión, el
sacudir el polvo de sus vestidos, el recoger el mechón lacio que se escapaba de
su pañuelo, la seriedad en su rostro, el temor en sus gestos, la mujer cuasi
cosificada rumbo a lo que ya imaginó pero no quería escuchar, negándose a la
traición, al sostener un dolor, al romper una ilusión que había acompañado a
construir en el corazón de su hermana, y se encuentra ante la firme mirada de
su padre, que sin mediar palabra, acaricia su rostro para luego decir: que dios
te bendiga, mi hija, que lo que tenga que ser, sea y ella sin responder, regresa
corriendo a brazos de su madre, quien la acobija, le murmura esperanzas que no
escucha ni ella misma cree, mirando a su esposo, con amargo sometimiento, pero
sabiendo que no podría modificar nada de lo que ocurría, mientras su hija lloraba
una culpa que no era suya y la otra derramaba lágrimas de dolor y desesperanza,
de rotura, de ceguera que no le dejaba ver la mirada de su dios que la había abandonado
para dedicar su bonanza en los deseos de un hombre que no la elegía, sino que
por el contrario, zanjaba un abismo
entre ella y su hermana, que por su parte era capaz de entender ese sentimiento
desesperanzador y trataba de sostener, aunque mas no sea, un endeble pero
sincero puente en ese abismo. Fueron días cuyas horas transcurrieron colmadas
por silencios y sollozos, cuyos mínimos diálogos se iban dando entre pares, como
los esposos, o las hijas en la oscuridad de las noches y en el silencio de sus
lechos que no lograban ni sueño reparador y menos descanso, pasando los días solamente
justificados por el cumplimiento de las tareas de rutina y por algunas charlas
entre madre e hija, referidas a lo que su vida le depararía, en el afán de allanar
un camino que ni ella sabía si aun siendo madre de varios hijos lo había
logrado, horas que un día dieron el tiempo en que él volvió a buscarla, y partió
a su nuevo destino, el pueblo de Tannurín, previo paso obligado por la iglesia
donde su tío era el Párroco, quien le daría la bendición y sellaría sus votos
matrimoniales, acompañada por sus padres y hermanos, como gesto de amor y
consentimiento. Dejo gran parte de su corazón en poder de los que amaba, con la
incertidumbre de todo, porque nada era mínimamente conocido, pasando de ser una
hija y hermana feliz a esposa elegida, para vivir con otra familia, cuyo patriarca
será su suegro y no su padre, cuyo apoyo materno será su propia intuición, ya
que su suegra nunca será su madre, todo jugándole en contra, en un matrimonio
que hacía feliz a un hombre que por tal tenía el poder ungido por su sexo para
elegir, con el aval de otro hombre, su padre y patriarca, su párroco y hasta la
propia ley que le hacía un guiño: la pides y te la dan o la raptas y los obligas
por honor a aceptar, ni más ni menos, ah, y obviamente, todo esto con el acuerdo
indiscutible de todas y cada una de las religiones existentes en el oriente próximo.
El camino de Shatín a Tannurín
no es recto, zigzaguea en un paisaje verde, con algunos cedros y montes achaparrados,
con rocas calizas por momento y con algunas cuevas que se muestran entrada la
ladera, lo transitaron al principio rápido, el uno por la ansiedad del hecho y la
otra por querer hacer menos lenta esa agónica despedida, luego mermaron el
andar ante el cansancio y el acercarse a la realidad, hasta que saliéndose de
la ruta, tomarán el sendero de la izquierda que con una leve inclinación llega
a la casa, donde nadie se percata, hasta que en un gesto de llamar la atención él
nombra a su perro que va a su encuentro con demostración de afecto por ver a su
amo, y es allí donde ella ve por primera vez la mirada de una mujer que
intentaba desvestirla injuriosamente ejerciendo el poder que la posición de
madre de varón le daba en ese momento, le devolvía, después de tantos años arrebatada,
cuando ella había ocupado su lugar, era Cecilia Murad, esposa de Antonio, hijo
de Antonio pero tampoco sobrina de
Sarkis, todo un ritual que el patriarca Antonio, hijo de Antonio, también Murad
y primo por otra rama de Pedro, su padre, trata de disimular, dándoles la
bienvenida con la correspondiente bendición, que los ungía a consumar el matrimonio,
en esa casa, con toda esa misma gente, en el silencio y deseo no correspondido,
pero con la obligación del mandato paterno, con la ansiedad del uno que vería cumplido
su rol y el silencioso llanto de quien sabía se sometía cerrando
definitivamente la posibilidad de su hermana o de ejercer su deseo, intentando
de ahora en más ir transformando esos sentimientos en un afecto para quien dejaba
de ser su primo, para ser su esposo y padre de sus futuros hijos. El día siguiente
amanece con el olor a café recién hecho, a pan tibio y a leche recién ordeñada,
al bullicio de las mujeres rodeando el pozo de agua, las unas lavando, las
otras juntando agua, y mientras él se va con su padre a la labranza, ella queda
con las mujeres a cumplir las tareas de la casa, algo que no era ajeno a ella,
pero con un contexto totalmente diferente al que se le daba ese día, con un
silencio que demostraba el no deseo de comunicación, ve cómo su suegra Cecilia
revisa las sábanas de su noche, comprobando su virginidad concedida en tiempo y
forma, mientras otra de las mujeres sin mediar palabra la guía ante el gran cesto
de trigo donde se zarandeaban los granos para bergul y harina, un paso previo a
preparar el pan y el tabule u otra comida no ajena a su conocer, pero que por
razones obvias, en este caso, carecían de la música y el ritmo que con su madre
y hermanos solían poner a esos momentos. Los quehaceres se fueron dando,
preparó una cesta con pan, aceite y algo más, y se encaminó al campo al encuentro
de su marido, que ensimismado por la labranza no la vio llegar, hasta que sintió
el crujir de una rama de cedro rozando el vestido de ella, quien con un gesto
le acerca la canasta, indicando que era su almuerzo, al que la invita a
compartir en demostración de conformidad y satisfacción por sentir lo ocurrido esa noche, y acepta, aceptando
que de ahora en adelante ese sería su destino de esposa.
Así fueron transcurriendo sus
días y noches hasta que con la luna de los 9 meses el llanto de una niña, a la
que llamaron Cecilia, colma de sonido la casa y mientras que ella lloraba abrazándola
las matronas salían a dar la noticia de que estaba sana y los hombres cruzan
miradas de virilidad cumplida, fueron tiempos en los que la vida le regalaba a
ella algunos momentos de felicidad, pero también de responsabilidad mayor, ya que
al ser una niña, debería velar doblemente por su futuro, en el que si bien se
sentía involucrado, no dejaba de intentar por el hijo que diera continuidad a
su estirpe y fuera orgullo de su ascendencia, y así ocurrió, luego de dos años
y algo más, en medio de revueltas internas, que hacían difícil la vida en la
montaña, engendra su hijo varón, Pedro, con legado corto, con desenlaces previsibles,
pero que en lo cotidiano se veían camuflados por la confusión, malestar en la aldea,
una siembra que cada vez se hace más costosa, impuestos que rentan el ahogo de los
campesinos y enriquecen las arcas del Príncipe, el Patriarca y el Sultán, precipitando
la decisión que ya había vuelto a discutir con su padre, quien ante lo que se vivía,
asiente y sugiere parta solo a américa al encuentro con su primo José. Se lo
informa a ella como una decisión tomada, sin dar derecho a opinión, simplemente
indicándole que partía en busca de un porvenir, dejándola con tierras sembradas,
prontas a cosechar y que eso le serviría para vivir hasta que él mandara a
buscarlos, y partió con tan solo una maleta rumbo al puerto, tomando el sendero
que lo llevaba a la calle mayor, donde ella con una hija de la mano llorando y
un bebe en brazos, ve perder su silueta y
escucha la voz de su suegra que ante el silencio y la mirada baja del patriarca
dice: toma tu ropa , tus hijos y esta canasta de comida para el viaje y regresa
a casa de tus padres, nada de lo que hay aquí te pertenece, no eres merecedora,
todo lo que forjó y sembró nuestro hijo alcanzará solo para nosotros, donde ni tu
ni tus hijos tienen cabida, y así, pese a que la siembra fue fructífera y
prometía una rica y abundante cosecha, sin derecho a réplica, desanda los pasos
que la trajeron y regresa a Shatín, sintiendo una sensación amarga de desarraigo
de su propia tierra, la que había aprendido a vivir no por propio deseo, sino
por la voluntad de los otros, muy injusto todo, así lo sentía y lo vivía,
mientras caminaba junto a sus hijos por la calle ancha, hasta que en una curva,
ve la casa de su padre enmarcada por ese monte de cedros y a la derecha del
ultimo arbusto, la figura de su hermano, que la reconoce y corre a ella gritando
buenas nuevas de alegría, pensando que se trataba de una visita amorosa y no de
un destierro inesperado, se abrazan lloran, caminan hacia la casa y es allí donde
comienza un nuevo capítulo de ambos, ella de regreso a su familia, por la decisión
mezquina de otros y él rumbo al nuevo mundo, empujado también en cierta medida
por las decisiones de otros.
Una estrella fugaz se deja ver
en el inmenso azul que se junta con el mar, ya había embarcado a un viaje, que
le deja ver las puertas de occidente mientras la neblina deja atrás las laderas
y caseríos de su propio terruño, más se adentra en el mar y más se abre una ventana
nueva de imágenes muy distintas a las conocidas en la montaña, caseríos costeros
de fisonomías más coloridas, distintas al sepia de la piedra en sus montañas,
vestimentas más ligeras, sobre todo en las mujeres de puerto, registros que
superponiendo imágenes dejan velar su mirada de los días pasados, memorizando
lo nuevo con el afán de mimetizarse y ser uno más en la multitud de hombres y
mujeres que viajan con un casi calcado objetivo, aunque es probable que el de
él sea más lejano, ya que su destino lo espera en la Patagonia de un país
despoblado a medida que se aleja de la capital y cuya muy reciente conquista del
desierto (1878/1885), esa matanza que hace el general Roca en la “campaña al
desierto” fue financiada por la sociedad Rural Argentina, la misma que existe actualmente,
aún está presente, con resabios de escaramuzas, en la que gauchos se revelan al poder central, al exterminio de
pueblos originarios, a los que ponen como los culpables de todos los males, para
justificar la avaricia de las familias patricias que detentan las bondades de la
Pampa Húmeda, la concepción de “civilización o barbarie”, como imperativo para
justificar la aniquilación progresiva y sistemática de los grupos indígenas. Sin
estar enterado, aun, de nada de esto, viaja pensando en las bondades que recuerda
haber leído en las dos o tres cartas que recibieran de su primo, en las que
hablaba de la abundancia de sus suelos, de la inmensidad de sus campos, de las
virtudes de sus mujeres y de lo comerciable que era todo y las ventajas de ser
una actividad que ellos como descendientes de fenicios ya conocían, como las de
labranza y cosecha, que los lugareños ignoraban, ya que su única actividad era prácticamente
la ganadera, domando potros, esquilando ovejas, salando cueros, entre otras, pero
no mucho más que eso, porque fueron las distintas corrientes migratorias, las
que introdujeron a la casi virgen américa del sur sus culturas y con ella sus
costumbres, sumando y potenciando el desarrollo de esas tierra, algunos con más
criterio, otros con menos bondades, pero todos con una ganancia extra por sobre
la gauchada de lugareños, embaucados muchas veces por la picardía y la malicia
del extranjero, que en rigor de verdad, su mayoría, era gente trabajadora y honesta,
pero en su gran porcentaje con el denominador común de haberse contaminado, a
su paso por la capital, de ese odio visceral al indio, a quien se consideraba
como mínimo ciudadano de segunda y como casi natural, animal indomable susceptible
de ser exterminado, logro que cometió el general Roca, en su tan mentada
campaña al desierto, en donde no solo diezmó tribus enteras, sino que logró conquistar
otras, poniéndolas a su servicio, haciendo que fuesen el instrumento de guerras
intestinas, matándose entre hermanos, robando sus ganados y empujándolos a la
cordillera, si es que en el camino no lograban emboscarlos y hacerlos desaparecer,
coleccionando orejas y cueros cabelludos, como trofeos de guerra, una guerra consensuada unilateralmente por el poder del
blanco, con el propósito de acaudalar las arcar de su ambición lujuriosa, donde
también aquí la religión pone su pata más sólida, compitiendo con los hechiceros
de las tribus, usando las mismas herramientas de misterio, culpa y obediencia, apuntando
a “convertir” a los caciques, para que éstos le allanaran el camino al resto de
la tribu, haciendo uso para dichos fines, las aberraciones más feroces en el medio,
desde mandar torturas, matar y hasta justificar saqueos y robos de mujeres y
niños, un trabajo sucio a los fines de obtener prebendas del poder, protección,
posesiones y por qué no indulgencias papales, porque las leyes se habían copiado
del viejo continente, y a partir de la independencia, se iban superponiendo y modificando,
según la conveniencia del gobernante de turno, según los intereses de la elite
que había puesto a ese fantoche como cara visible de sus ambiciones.
En ese contexto llegó a Coronel
Pringles, un poblado en la margen norte del Rio Negro, fundado como avanzada de
la conquista del desierto por el general Mitre, a unos 100 kilómetros de la costa
del mar, donde lo recibió su primo, que había formado familia con una lugareña,
que le había dado seis hijos, y con quienes convivió al principio, hasta que terminó
de instalarse y dedicarse a lo que sería su actividad, comerciante, ambulante por
los campos de la zona, hasta juntar capital necesario y edificar su propio almacén
de ramos generares, incluido la compra venta de cueros a la paisanada de los alrededores,
en un cuarto de manzana a dos cuadras de la casa de su primo, comenzó la construcción
de lo que sería el negocio, el galpón de acopio y su casa, y parte de eso es
con lo que se encontró su mujer, cuando 11 años después de su llegada, mandó
buscar, años en los que el mundo no solo vio pasar dos lustros, sino que fue partícipe
de una guerra mundial, cuyos daños colaterales fueron tan o más rapaces que la
propia contienda, daños que durante años siguieron replicándose sumiendo a
pueblos enteros a dichas consecuencias, mientras que otros disfrutaban los
trofeos de guerra, haciéndose dueños de países, colonizadores de otros o
escondiendo bajo feudos, protectorados camuflados para extraer las riquezas y
someter a la gente, explotando minas de distintos metales, exterminando especies
para extraerle sus pieles o marfiles, y cuanta codicia sea posible de alimentar
tras un poderío bélico. Con mucho trabajo, astucia y dedicación, fue creciendo
su negocio y con él su nombre, ante la mirada de los lugareños, por su conducta,
su trato afable, que lo diferenciaba de su hermano, con un perfil más simple y
limitado, veía la admiración de sus sobrinos, a los que sentía en esos largos 10 años, como propios, y
quizá a eso se debía, en parte, la tardanza en mandar a buscar a su mujer y
cuando lo hace, no incluye en el viaje a su hija, hasta que no se sabe si por
remordimiento, por presión, por culpa o por qué, manda el dinero necesario y a
los pocos meses de ese año 1924, se reencuentran en las tierras del paraje de
China Muerta, a unos 40km de Coronel Pringles, donde retoma esa asignatura pendiente
que lo llevará a completar el resto de su historia, plagada de anécdotas de
todo tipo, pero que dejan en claro sus sentimientos y el peso de su palabra
comprometida, con la familia, con su familia, pero por sobre todo con su
conciencia, con la que tuvo que esgrimir varias disputas, para consensuar una
pacífica convivencia, porque no se sabe a qué nivel lo afectó, si es que lo
hizo, la muerte de un hijo que no conoció, si es que fue presa del vilo en los años
de la guerra, pensando en el destino de su familia, en cuánto pesó su decisión de
no mandar lo necesario para migrar a su hija, en fin, lo que queda claro es que
de una u otra forma, logra redimir esos “pecados”, con la intervención y la
fortaleza inclaudicable de su mujer, con quien convive 12 años más, hasta que
una enfermedad terminal decide que su calendario estaría acabado ese 25 de
diciembre de 1936, a los 43 años de edad. Su nombre era Jorge Antonio Murad
Murad, nacido un 25 de mayo de 1893, hijo de Antonio Murad y Cecilia Murad.
martes, 2 de febrero de 2021
RACISMO SEXUAL
El objeto será enfrentar el
comportamiento y el discurso racista de los hombres homosexuales,
particularmente aquellos de muchos que usan servicios personales en línea.
Lo que digo, en resumen, es que
el comportamiento sexual no es un lugar más justificado para el prejuicio
racial que cualquier otra área de la vida. Se debería dejar de hacer
declaraciones racistas en foros esencialmente públicos como sitios de anuncios
personales. Si las preferencias sexuales han tenido un sesgo étnico o
racial, el desafío es enfrentar esos límites y, si se puede, superarlos. Se
creen estas cosas porque se piensa que la estrechez de miras, el habla hiriente
y el exclusionismo no tienen cabida en la comunidad gay.
"La verdadera belleza
radica en el hecho de que tantos están unidos, no en los aspectos negativos del
odio y la exclusión, tan comunes hoy en día, sino en los aspectos positivos del
amor y la inclusión".
- (Exjuez) Michael Kirby en la ceremonia de apertura de los Juegos
Gay de 2002 en Sídney: … “Este sitio no se trata de “obligar”
a nadie a hacer nada. Nunca hemos alentado y nunca alentaremos a ningún
sitio a eliminar anuncios que no nos gustan. No te estamos obligando a “ti”
a hacer nada. No estamos interesados en restringir su derecho a hablar.
Nos interesa desafiar tus ideas
preconcebidas, pedirte que pienses en el efecto de tus palabras y acciones, las
emociones que expresas, el tono que tomas, en los demás, alentando a
reflexionar sobre patrones en tu propio comportamiento y lo que eso podría
revelarte. sobre lo que está pasando dentro de ti.” …
¿Qué es el racismo?
El racismo es fundamentalmente un
conjunto de juicios sobre una persona, no basados en cómo se la percibe, sino
en generalizaciones que ya se cree sobre todas las personas que comparten su
origen étnico o su país de origen.
El racismo es injusto, poco ético y
dañino tanto para quienes lo hacen como para quienes son sus
víctimas. Refuerza el mito de que se es distinto en lugar de exclamar la
verdad de que hay un solo pueblo.
El racismo está tristemente vivo y bien
en la forma en que se “habla” sobre preferencias sexuales y románticas y, a
veces, en la forma en que se “actúa” sobre ellas. El racismo en las partes
sexuales y románticas de la vida es lo que se llama "racismo sexual".
El racismo parece ser más aceptable
allí porque, se han librado tantas batallas por los derechos a preferencias
sexuales, que muchos hombres consideran sagradas sus preferencias sexuales,
incluso si contradicen otras creencias que puedan tener. Esto es confuso porque
algunas personas que aborrecen el racismo en la vida en general todavía se
comportan de manera racista en su vida sexual.
Detener el discurso
racista
Mito
Decir “No negros” o
“No gordos” o “No asiáticos” en el perfil es simplemente dejar que la gente
sepa lo que quiero. Es ser honesto y les evita tener que enfrentar el rechazo.
Realidad
No es honesto decir
que nunca considerará a un hombre asiático, negro, latino o anglosajón. Tiene
prejuicios raciales y daña gravemente la autoestima de las personas a las que
se dirige.
Muchos hombres
creen que solo pueden “salir” con chicos de un grupo étnico o que nunca podrán divertirse
uno a uno con chicos que vienen de un grupo étnico.
Los servicios de perfiles personales
alientan a las personas a ser específicas, por lo que los chicos escriben cosas
como "Sin grasas, mujeres o negros" o "No me gustan los chicos
peludos o los gordos, sin ofender" o "¡Nada de blancos, lo
siento!" en su perfil. Escriben estas cosas para ayudar a
aumentar la cantidad de contactos que quieren y disminuir la cantidad que no quieren.
En lo que no piensan es en cómo se
sienten otros hombres al leerlos. Imagínese cómo se siente leer un anuncio
tras otro que lo excluye basándose únicamente en su raza. Imagínese por un
momento, que está en una minoría en el país en el que nació y sigue leyendo
perfiles aparentemente interminables que dicen que no es deseable. Podría
arruinar el día, ¿no? ¿De verdad se quiere ayudar a que otros hombres se
sientan mal consigo mismos?
Pero hay una alternativa a este tipo de
discurso gruñón y negativo que simplemente hace que todos se sientan tristes y
disminuidos. Si simplemente se hacen declaraciones positivas e inclusivas
en nuestros perfiles, le dice a la gente lo que se “hace” y tratar cortésmente
a las personas que no nos excitan, se logra un cambio positivo. Intenta
hablar sobre las “características” que interesan, no sobre la raza de la
persona.
Algunos ejemplos (en qué se convierten
en realidad depende de lo que el autor esté buscando, que a menudo no es
explícito en la versión negativa):
Antes de
“No me gustan los chicos peludos o los
asiáticos, no te ofendas.”
“No hay blancos, lo siento.”
“Sin grasa o fem.”
Después
“Realmente prefiero a los chicos con
piel suave y pálida.”
“Más cómodo con otros chicos negros.”
“Buscando chicos masculinos, delgados
y en forma. Por lo general, prefiero a hombres de origen caucásico, latino,
negro, etc.” (aunque tal vez este tipo debería salir más)
Desafiar el
comportamiento racista
Nadie tiene derecho a echar un
polvo. La mayoría no puede controlar cómo responde sexual o emocionalmente
a los demás. Si algo no excita, no se puede hacer mucho. ¿Está
ahí? De hecho, para la mayoría, los gustos cambian a lo largo de la
vida. Por lo general, se vuelven más anchos, a veces más estrechos. ¿Se
puede decir honestamente que gustan los mismos chicos ahora que cuando se tenía
17 años? ¿A qué se le puede atribuir esa diferencia además de la
experiencia?
A veces, se piensa que no gusta un tipo
de chico, pero luego se descubre que ese chico saca nuestras ideas
preconcebidas del agua. A menos que se proteja de conocerlo. Si nunca
se da la oportunidad de conocernos, conocer y apreciar a los chicos con
diferentes tipos de cuerpos, diferentes miradas, diferentes caras, ¿cómo se
sabrá si los hubieran encontrado sexys?
Si no considera que el comportamiento
es racista, pero no recuerda haber conversado nunca, quizás con un hombre
asiático, o haber dormido con, quizás un hombre negro, o haber llegado a
conocer, quizás un tipo anglosajón, entonces ¿cómo es que no lo hace? ¿No
considera racista ese comportamiento? Creemos que todos deberían desafiar
los prejuicios raciales dondequiera que los encuentren... incluso si es en el
propio comportamiento.
¿Por qué no mirar a alguien para ver si
lo encuentra sexy en lugar de excluirlo sin siquiera mirarlo? Es un
prejuicio racial descartar a alguien para un trabajo basado en su raza o
mantenerlo fuera de un pub. Descartar a alguien como socio potencial en
función de su raza es igualmente prejuicioso.
Detener el racismo
sexual
Muchos hombres consideran que la
preferencia sexual simplemente no puede, por definición, ser racista. Se
entiende que eso está mal. El prejuicio es el prejuicio. El racismo
disminuye, debilita a la comunidad y, sinceramente, significa que todos tienen
menos sexo y menos posibilidades de enamorarse. Eso apesta.
lunes, 1 de febrero de 2021
DECONSTRUCCION - LA VIDA - EL OLVIDO
El olvido
El adultocentrismo del león no
ejerce sin los mandatos la capacidad de olvidar, perdiendo la posibilidad de
hacerse la vida más interesante. Vistiendo un traje negro, si negro, por que es
el color de la solemnidad, decreta con toda la carga del deber ser y los preconceptos,
mientras que los niñxs olvidan y punto, no tienen esa joroba. Su inocencia aún
cree en algunos milagros que comparte con amigxs invisibles. En unxs provoca
angustia, en los otrxs es simplemente olvido.