Lo nuevo.
Corre el año 1924.
Distinto aire, distinto paisaje
y cielo, era el que hoy veía, y así me lo contaba con esa mirada intensa, transparente,
sincera, romántica, por momentos melancólica pese al deber ser, pero firme y con
carácter, profunda. Así intentaba contextualizar María su primera impresión de
la nueva tierra. Tierra a la que fue convocada más por la palabra empeñada que
por los afectos, que no eran pocos, pero que como en una conjura la obligaban a
cumplir perdiendo... Dejaba parte de sus entrañas con esa partida, descendencia
que para esos tiempos era lo único que le quedaba después de tanta perdida.
Llegó a un sitio perdido,
adentrado en la Patagonia, en lo llano de una pampa, cuya particularidad era
estar dividido en dos, uno el viejo, más a la vera del río, rodeado de chacras
de cultivo, albergaba la Iglesia, el hospital y el colegio de monjas, mientras
que el otro, el nuevo, junto a la barda, en la entrada al pueblo, desparramaba
un caserío incipiente. Así fue como en esos nuevos aires de distintos olores compartió
lo que vendría..., moldear ladrillos, regar esperanzas y fortalecer ilusiones.
Y nada de todo eso pasaba fácilmente. Todo, absolutamente todo, le costó.
Lo más asombroso que en esos tiempos
pude percibir, fue la convicción de una integridad incólumemente desprovista de
fisuras.
Pese al reclamo constante por
traer a su hija Cecilia, no dejó de cumplir con sus obligaciones de esposa; y así
fue como a su debido tiempo, un 05 de septiembre de 1926, nace su último hijo
de sangre, Jorge Antonio. Eso dio felicidad a ambos, que, junto a la llegada de
su hija, pacificó las almas y dieron licencia a la angustia y zozobra de otros
tiempos, sintiendo un aire fresco que fortalecía los cimientos de una familia
que levaba velas en ese rumbo del sueño de la América.
En medio de esa vida que decidieron
transitar, estaba la educación de Cecilia, que comenzó un derroteros de letras
en dirección contraria a su arábigo natal, en un estricto colegio de monjas, en
el que no solo aprendió a leer y escribir en español, sino que se recibió con
orientación contable, asumiendo con dedicación manejar los debe y haber del
almacén de ramos generales y toda la contabilidad de su padre y la familia, sin
saber que su destino estaba signado y muy joven se casa con uno de sus primos,
Antonio, hijo de José Murad, el primo de su padre.
Pero no distraigamos el objeto
del relato, María.