domingo, 5 de septiembre de 2021

María Sarkis Yazbek Murad Murad de Murad - JORGELITO

Jorgelito.

Parte de esta historia. Dentro de la historia.

 

Aquí también me atrevo a entrelazar en la historia, la vida de quien terminó siendo su orgullo, recuerdo haber escrito al principio, que la vida de María se caracterizaba por mostrarse con simpleza llana pero con convicción y sin vergüenza, por eso es que debo diferenciar ese orgullo que no siempre fue recíproco, ya que, por una insegura razón, fueron puntuales las demostraciones, pero todo tiene un costo en la vida, la vida pasa facturas, y él al reconocer, pagó bastante caro su reconocimiento, con el agravante que marcó con esa misma inseguridad a su propia descendencia. Simplemente así y sin entrar en detalles se resume ese vínculo, que a solas era una cosa y en lo público otra; sin ser casual y parangonando recuerdo haber leído, que la consolidación como país de la República Argentina aún hoy no goza de acabado reconocimiento historiográfico como tal, a más de dos siglos de detectadas las primeras presencias en Buenos Aires de individuos del Oriente próximo y esa ausencia de reconocimiento implica un tipo de negación simbólica que bloquea la posibilidad de que los datos registrados por la historiografía inmigratoria sean empleados para una reconstrucción de la imagen del pasado argentino, acorde con su diversidad cultural y religiosa, por tanto, inclusiva de un retrato diferente de los argentinos-árabes, siendo el retrato de la naciente república, elaborado por sus políticos fundadores, sobre la base de los paradigmas europeos de civilización y progreso del siglo XIX, pensamiento orientalista incluido, que alimentó el mito de que sólo con inmigración europea era posible consolidar a la Argentina como nación, y como ejemplo tenemos a Juan Bautista Alberdi, que en sus “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, que sirvió de base para la redacción de la Constitución Nacional de 1853, expresa:  …“Nosotros, los que nos llamamos americanos, no somos otra cosa que europeos nacidos en América. Cráneo, sangre, color, todo es de fuera. …En América todo lo que no es europeo es bárbaro, no hay más división que ésta: 1°, el indígena, es decir el salvaje; 2°, el europeo, es decir, nosotros, los que hemos nacido en América y hablamos español, los que creemos en Jesucristo y no en Pillán (dios de los indígenas)”. Si bien dicha Constitución en su prólogo hace referencia a “todos los habitantes del mundo que quieran habitar el suelo argentino”, en su art.25 aclara, “El Gobierno federal fomentará la inmigración europea…”, infiriendo que no se deseaban inmigrantes de Medio Oriente o norte de África, es más, si nos fijamos en la obra escrita por quien fuera el segundo Presidente de la República, después de sancionada esa Constitución, Domingo Faustino Sarmiento, en su obra “Facundo”, civilización o barbarie, haciendo un paralelismo de lo local con los clásicos estereotipos orientales, no solo mantiene el domicilio natural de la civilización en Europa, sino que establece a lo árabe y musulmán como modelo de barbarie, y en ese paralelismo entre lo moro y lo gaucho, dominación española mediante, indica la continuidad de un atraso, el rancho es la tienda, el gaucho es el beduino, el caballo es el camello, la Rioja es Palestina, Argentina es Asia y su caudillo el Mahoma de las pampas, todo eso reunido en la barbarie rosista, condensado local de la bárbara mentalidad arábiga.

Pero volvamos a él, que es quien protagoniza a grandes rasgos este capítulo, donde puedo afirmar que, físicamente muy parecido a su padre, casi un calco, su tez aceitunada, su cabello rizado, sus mismos ojos, su porte, aunque su temperamento se había forjado con parte de sus genes y gran parte de su madre, logrando conjugar una personalidad con la fortaleza materna y la diplomacia de su padre, pero nunca le pregunté si era feliz, si fue feliz. Nuestro vinculo, simbólicamente sostenido por los mandatos, no siempre fue sincero, habiendo temas de los que no se hablaban, de los que la interrupción de la vida, parecería ser el justificativo para que nunca se hablaran, porque en ningún lugar veo escrito que se hubiese mencionado, faltando años, faltando respetarse, faltando amigarse y reconocerse, pero entiéndase que no va con reproches al uno y al otro, sabiendo que la paternidad se ejerce como se puede y el ser hijo es, en parte, consecuencia de eso, pero en otra parte opciones, decisiones propias, buenas o malas, que solo la distancia y el tiempo ayudan a analizar, dando un balance con el debe y el haber, donde recuentan todas las facturas y sus costos, a veces razonables, otras veces muy caros.

Pero retomemos.

Fue un día en el que él aprovechó el silencio de la media tarde y cruzó al solar de enfrente donde lo esperaban dos de sus vecinos, con quienes siempre se escabullía a esa hora en la que el descanso por el aplomo del sol abrazaba todo el poblado, creando, fantaseando y muchas veces soñando, hoy un hormiguero podía ser la fuente de inspiración para estudiar su comportamiento de grupo, ayer una tortuga encontrada tras la maleza les había enseñado que no era necesario la velocidad, sino la astucia, todo podía ser motivo de estudio, discusiones, proyectos y juegos, se entretenían con lo simple, aunque él era al que remitían ante alguna duda, porque era quien solía pasar horas leyendo, leía todo y de todo, era un voraz consumidor de conocimiento, también escuchando todo, sintiendo esa necesidad de saber, de crecer, de superación, sin dejar de asumir ni perder de vista su realidad, no dejaba de soñar con un mañana mejor, al que estaba convencido poder acceder y al que no pensaba resignar pese a los obstáculos, que no eran pocos por cierto, porque sus amigo le habían asignado tácitamente el rol de líder, del que les recordaba o clarificaba cuando la duda los agobiaba, creían ser investigadores cuando estudiaban el comportamiento de los sapos y la diferencia con una rana, o cómo las lombrices más allá de procesar, aireaban la tierra permitiendo que las raíces desarrollen  libremente, como cuando se internaban en el monte a revisar nidos de pájaros, aunque sabían que no debían recoger los huevos y menos meter la mano sin mirar, ya que una serpiente camuflada podía morderlos. Aventureros, disfrutaban recorrer los zanjones formados por las copiosas lluvias bajando de las lomas, allí no solo construían sus refugios aprovechando sus paredes, sino que encontraban crías de cuises, liebres y tortugas, porque todos habían parido a mediados y final de primavera, ya todos disfrutaban las arenas calientes bajo el sol caliente, esa arena que había incubado los huevos de tortuga, a la que ellos llevaban a sus casas y por cierto tiempo serían sus mascotas o sus objetos de estudios, teniendo probado que quienes más duraban en quedarse eran las tortugas, ya que las liebres solían escabullirse de los precarios corralitos de ramas y los cuises cavaban cuevas desapareciendo, pero no los desmoralizaban esos sucesos, sino que por el contrario, les agudizaba el ingenio para perfeccionar la estrategia, construyendo verdaderas obras de ingeniería con lo que encontrasen, en sus casas, en el monte, en el taller mecánico del señor Félix, a quien le pedían los rulemanes para que con la ayuda del señor Mario, el carpintero, construyeran sus kartings,  todo servía a los fines de crecer, de afianzar esos vínculos de amistad, de compañerismo, sin mayores demostraciones ni necesidades, solo el saber que al otro día a esa hora se juntarían y que a la hora de la merienda, cada uno regresaría a su casa, sin más que un chau!; pero ese día su comportamiento era notoriamente distinto, errático, disperso, su mirada triste, sus ojos llorosos, acostado a pleno sol restregaba sus ojos notoriamente molesto por el intenso calor, hasta que uno de sus cómplices de aventuras desde la ingenuidad y con vos temblorosa le comenta, entre afirmación y pregunta, si era verdad que su padre estaba muy enfermo, a lo que el silencio se apoderó de la tarde, más aun que en otros momentos, sentándose y viendo como rodaba en su mejilla un llanto callado, asiente con su cabeza diciendo, mi papá acaba de morir, era un 25 de diciembre de 1936, él tenía 11 años, su padre 43, lo abraza el que primero se animó y luego el otro logró imitarlo, aunque con miedo, porque veía que su llanto silencioso no cesaba y eso lo asustaba, el otro corrió a su casa a avisar a su madre, y esta avisó a otra y a otra y a otra, hasta que la noticia se hizo pueblo, el turco del almacén de ramos generales, que acopiaba cueros, había muerto, justo en navidad, justo cuando los católicos festejan la vida, los niños se ilusionan con sus regalos y la iglesia trata de sumar creyentes a sus rediles, aunque sus compinches se preguntaban por qué él estaba allí, en el solar de enfrente, lo que su limitado razonamiento de niños no les permitía entender es que cada cual enfrenta situaciones como puede, no como debe, al hacerlo como puede, logra procesar con mayor naturalidad que quien lo hace forzado por el deber ser, es interesante como debieron pasar años, para que esa pregunta surja en la mesa de un café, cuando justamente él les anunciaba que luego de sus estudios, parte cumplidos, parte frustrados, regresaba al pueblo para reabrir el almacén de ramos generales que había sido de su padre y a seguir sus pasos en la compra venta de cueros y lanas de los campos de la zona, ahí entendieron que no siempre es necesario exponerse sin tener claro por y para qué, que es preferible reflexionar antes de opinar y procesar antes de decidir, él entendió en su momento que la mejor manera de acompañar a su madre era dispensándola de una carga más, pues verlo ahí le cargaría un significante innecesario, por eso es que se cruzó al solar, para que sus 11 años pudieran iniciar un proceso nuevo, para atesorar 11 años de su padre, para grabarlos a sabiendas que serían su mejor legado, ya vendría tiempo para hablar con su madre, ya sería el momento de decidir sobre el futuro, al hoy no le debía exigir otra cosa, sus 11 años no podrían cargar una mochila más pesada, aunque cargó la suya prometiéndose que se forzaría por crecer pese a la desazón, creciendo y viviendo en esas dos largas décadas que lo separaban, en las que gracias al apoyo de su tutor se empeñó en estudiar y trabajar, aunque no bastó para que pudiera culminar sus estudios universitarios, truncados por la premura económica, llevándolo a tomar la decisión que relata en ese café, contando que además, había incursionado en política, aprovechando su carisma, sus dones de liderazgo y su gran oratoria, en parte innata, en parte aprendida de los caudillos de la época, cuenta y dice, ante el silencio de admiración de sus amigos, fieles, que asintiendo ante sus dichos lo incitan a organizar el pueblo, que ante los años de la gran depresión, no había salido indemne, sufriendo el éxodo de muchos, es como que él marchase contra corriente, desafiante y marcadamente comprometido, avanza, pasan algunos años hasta que es elegido Comisionado Municipal del ahora pueblo de Guardia Mitre, antes Coronel Pringles y su posición como hacendado respetable, presidente de la sociedad rural, sus contactos con el mundo de la política regional y nacional, lo posicionar a aspirar a más, años en los que dedicó su vida a esa pasión por los demás, convirtiéndose en un caudillo, hasta que muchos años, muchos gobiernos, lo llevan a decidir hacer un alto, cruzar al solar de enfrente, restregar sus ojos y entender que es hora de dejar de encaminar al pueblo, para encaminar su familia, necesitada de más atención, dedica de lleno su tiempo a la consignataria de hacienda y a administrar el campo y la alquería de cercanía, pero todo eso que reconsideró, no contaba con un back up de tiempo, no incluyó esa variable en su análisis, con 50 años en sus espaldas creyó soportar los tiempos que vendrían, pero el diablo metió la cola y recién cumplido los 55 años, un 23 de septiembre de 1981 murió. El era Jorge Antonio Murad Murad, hijo de María Murad Murad de Murad y de Jorge Antonio Murad Murad.

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