OPINIÓN
Pese
al paradójico juicio que se tiene sobre los “prejuicios”, la gente tiende a
juzgar inconscientemente un cierto patrón de actitudes o inclinaciones de las
personas.
El
abordaje “personal”, obviamente “subjetivo”, forma opinión.
Opinión
que habla más sobre el sujeto que la emite, que sobre el abordado, a quien se cuestiona,
a quien se está evaluando, concluyendo en una aprobación o desaprobación; por cierto,
sesgada por los mandatos no deconstruidos de quien yerra (por desconocimiento,
mala fe, o simplemente por no entender que hay “límites a respetar”, que hay un
Otro al que no se debe ignorar). El juicio de valor es un arma muy peligrosa;
ya decir que es un arma denota el rango conductual del potencial portador. Ese
juicio estimativo se basa, compara y concluye con la propia información que
posee, calificando e interpretando a su antojo.
Se
entiende claramente que la afectación es, directamente proporcional a los
valores del juzgante. Por tanto, si quien es juzgado no toma conciencia y pone
los límites claros, es potencial objeto de manoseo afectivo-intelectual, asumiendo
su cosificación ante la manipulación. Más allá de sus convicciones, el juzgado,
incorporará vivencias de la historia del juzgante, que lo ayudaran a
fundamentar y sostener esos límites.
En
algunos casos quien emite opinión esta tan captado por su valoración que ante
un quiebre, trata de interpretarlo sin hacerse para nada cargo del mismo, sino
que por el contrario trata en todo momento de justificar su comportamiento,
apelando a respuestas fáciles y a comparaciones imposibles o como mínimo
absurdas. Se victimiza, confundiendo un juicio de hecho objetivo con un juicio
de valor subjetivo (léase: no haber entendido nada de por dónde van los
vínculos, logrando de esa manera posicionarse en el lugar equivocado del
feedback). Vive poniéndole etiquetas, calificaciones y juicios a casi todas las
cosas. Lo hace en forma automática consigo mismo y con los demás, pero se debe
diferenciar entre los hechos, un evento cualquiera que se percibirá objetivamente
sin la intervención de quien lo percibe; las interpretaciones, donde aparece la
distorsión, ya que el sujeto capta y filtra ese hecho cualquiera, lo traduce e
interpreta según sus códigos de vida, sus mandatos y sus experiencias pasadas,
no habiendo neutralidad, sino que se encuentra condimentado de sus propias
consideraciones, valores, creencias y opiniones: siendo justo en este punto
donde aparecen los juicios, o sea la interpretación valorativa acerca de algo,
donde se asume una postura de calificar o descalificar, funcionando como un
procesador de la información que termina distorsionando la realidad. No se
trata del hecho en sí mismo, sino que se basa en la configuración propia de esa
persona, en como está formateada, interpretando lo que la persona piensa que es
ese hecho de acuerdo con su propio ombligo (disculpas por la vulgaridad).
Un
juicio de valor: como me gusta o no, está bien o no, debería ser así o asao,
puedo o no, etc., posiciona a alguien en una “falsa situación de poder” donde “piensa”
que puede cambiar o modificar el curso de las cosas.
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