domingo, 18 de abril de 2021

María Sarkis Yazbek Murad Murad de Murad - EL RETORNO

El retorno.

 

Comenzaba un nuevo capítulo, de una heroína anónima en una guerra que la enfrentó y a la que aprendió a transitar, sortear y padecer. La guerra envolvió al mundo con un manto oscuro, de tinieblas y polvo, de sangre y desmembró lo que la creación había desarrollado como humanidad.

Tomando coraje se desconecta de esa maraña de temores que la mantenía presa, como a los otros y se lanza a rodar por algunos senderos conocidos y otros no tanto, para proveer, aunque más no sea, parte de lo que su entorno necesitaba y día a día se tornaba más escaso, por el egoísmo de los especuladores que acaparaban o los mandados a distribuir que haciendo uso de ese poder, comerciaban, enriqueciendo sus arcas a costilla de la hambruna del pueblo. Vivió y vio hasta lo que nunca hubiera imaginado. Hizo lo que ninguna mujer haría en esos tiempos y todo con el solo objetivo de sobrevivir en medio de una locura que la excedía, pero la obligaba sin consentimiento a ser protagonista, a actuar como pudiera. Fue la autodidactica de su propio camino. Mutó en su comportamiento para favorecerse, se escabulló, comerció, aprendió cuan loable puede ser un comportamiento y cuan perverso y egoísta. Se enfrentó a la difamación de sus pares y al reconocimiento y respeto de los hombres. Fue humilde pero orgulloso ejemplo de honestidad y comportamiento moral. Una luchadora incansable por la justicia. ¿Quiénes eran para señalarla? ¿por qué soportar ser prejuzgada? Es que para la mayoría su comportamiento escapaba a los cánones de una mujer, al sometimiento y la obediencia, era en esos momentos en los que estaba desconectada de la máquina, donde recogía en su camino, pedazos sueltos de libertad, para alimentar sus fuerzas, pero también era presa y sabía que si no volvía a conectar, el descontrol podría tornarse inmanejable, y tenía claro que su finitud no podría lidiar con esa fuerza, solo aprovechaba esos planos para tejer su sabiduría y destejer sus fantasmas.

El tiempo transcurría dejando huellas imborrables en su corazón, en su personalidad y en su piel cada vez mas curtida. Los años fueron pasando y el llamado no llegaba, pero no impidió que desterrara mitos y fantasmas, no se paralizó ante la impotencia y el sufrimiento, ante la desazón y el mandato. Repito. Aprendió a transgredir sin que esto significara deshonra, superó los prejuicios y enfrentó calumnias, no para justificar sus hechos, sino para enseñar su capacidad de batallar ante tal adversidad. ¿Cual? La de ser mujer.

Como muchas tuvo que escoger entre vivir una existencia de mujer, con sus alegrías, cotidianeidad, etc., y vivir una existencia de hombre, a sabiendas que, durante generaciones, esa elección ha sido cruel y muy costosa. Las religiones asumen que la mujer es inferior al hombre y es la principal promotora para que ellas acepten como algo deseable la virginidad, el matrimonio, la heterosexualidad obligatoria, la reproducción y el maltrato por parte del marido, así como la prohibición del aborto y el divorcio. Todo un combo aberrante que aun hoy cuesta deconstruir en su totalidad. Violencia extrema y más violencia. Ella mitigaba ese estatus, cuando en ese preciso giro, la falla de la máquina liberaba su flujo, volviendo a conectarla con la realidad, pequeños momentos, pero suficientes para la finitud de una vida, necesarios para no vivir un tiempo en el que no dejarían leer su historia.

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