Escribo y mi memoria revive los relatos de tantas historias que fueron moldeando una parte importante de mí historia…
Trataré de que las palabras sean guiadas por mis sentimientos, me dejaré llevar por ese enorme deseo que me impulsa a escribir esta historia.
El Líbano está dividido en gobernaciones, una de ellas es la Gobernación del Norte, que a su vez se divide en distritos. Batrún es el que me ocupa y más puntualmente el pueblo de Tannurín y la aldea de Shatín. El distrito de Batrún es notable entre otras cosas por sus bosques de cedros que se alzan en las colinas de Tannurín, que es uno de los principales centros urbanos del distrito; siendo Shatín una de las aldeas destacadas de Tannurín.
Vivía en Shatín…
Su linaje paterno era Sarkis Murad y materno Yazbek Murad.
La propiedad, la posesión de tierras de cultivos y de rebaños, aparejan la necesidad de una mano de obra extra para trabajar en la unidad productiva familiar, producción ésta que exige a la mujer un mayor compromiso y fidelidad, que la enfoca como productora de hijos para así tener más mano de obra, que provocaría más excedentes y más posesiones, lográndose un mayor estatus en la comunidad.
La vida transcurría amorosamente en familia. Cultivaban su tierra y criaban algunos animales. Todos aportaban lo suyo, todos colaboraban, todos tenían sus sueños…, pero María, fiel poseedora del ADN Yazbek corriendo por sus venas, de piel muy blanca, de mirada penetrante y cabellos muy finos y lacios que sostenía con dos peinetas y cubría con un gran pañuelo, siempre destacaba por ser quien más aportaba al diálogo, quien más preguntaba, quien más habida de conocimiento y saber demostraba, cuestionadora hasta entender y defensora de la justicia, la lealtad y la sensatez, despierta ante cualquier situación y dispuesta a aprender iba imaginando y tejiendo el futuro. Seguramente abonado por los preceptos de esa cultura que envolvía cobijando, a veces, y otras asfixiando. Y es esto último lo que ocurrió ese día en el que corría en la siembra jugando con el nuevo integrante de la familia, un cachorro que apenas tenía menos de un año…
Pensemos en una administración semi autónoma donde la división del poder entre diferentes confesiones religiosas ha creado un sistema discriminatorio, regulado por leyes que tratan de manera diferente a chiíes y cristianos, hombres y mujeres. Las leyes religiosas gobiernan los asuntos civiles, marcando un alto nivel de discriminación con mayor impacto negativo en las mujeres, ya que sus libertades son limitadas y sus derechos están subordinados a los de los hombres. La familia patriarcal expresaba y generaba constantemente sus normas y valores. Hay quienes sostiene que el amor romántico es un claro mecanismo de control ideológico para que las mujeres no piensen en su propia felicidad ni en su propia realización, reduciendo así su expectativa de vida en el “amor” de un hombre “idealizado”, lográndose que no tomen conciencia de la esclavitud sexual/afectiva/reproductiva sufridas en el matrimonio patriarcal. He aquí a la violencia ejerciendo su más perverso mecanismo.
Esa vida armoniosa en familia se detendría ante la repentina llegada de Jorge Antonio, hijo de Antonio Murad, pariente de José Sarkis también Murad, del pueblo vecino de Tannurín, en edad de matrimonio y decidido ya de quien era la elegida. La elección no es al azar, se trata de una decisión conveniente a los intereses del hombre, generalmente consensuada por su padre, aunque no siempre con su futuro suegro, a no ser que fuese un pacto preexistente entre los patriarcas de ambas familias.
Por lo que recuerdo de sus dichos, dos eran las costumbres aceptadas para que un matrimonio sea legítimo. El pactado con el consentimiento o el rapto, que fuerza el consentimiento para no caer en deshonra. En el primer caso el pacto, compromiso de palabra, sucede cuando los mayores lo ejercen o cuando el hombre en edad de matrimonio visita la casa de la elegida, siendo ese gesto prueba fehaciente. En el segundo caso el hecho se consumaba con o sin el consentimiento de la mujer, pero no siempre con el de sus padres, a quienes se les comunicaría después.
Entiéndase en ese contexto a la mujer, que solo debía callar, obedecer y aceptar, ni más ni menos, y allí María, presa de esos mandatos, con los que no se llevaba, pero debía estar orgullosa por ser la elegida, y complaciente ante la mirada de los otros que festejaban, provocando un choque entre el desasosiego y los preceptos, una realidad paralela comenzaba a crearse, para caminar la faz y la sombra de una mujer, que debe mitigar su dolor tratando de transformarlo día a día, para poder soportar la vida que el destino de esa realidad paralela le acaba de entregar, como título de propiedad de su nuevo horizonte.
Luego de una corta charla entre los hombres, José, hijo de Sarkis, patriarca del clan de Shatín y Jorge Antonio, hijo de Antonio Murad, patriarca del clan de Tannurín, el pedido fue concedido, sin consultar a la mujer, a quien se ignoró sin importar sus sentimientos. Aquí es donde la ignorancia muestra su cara de inocencia, imposibilitada a la rebelión y sometida, sin la mínima malicia posible que desviara ese destino que encajaba en su talla cual minucioso trabajo de sastrería. No puede decir que se tratara de algo impensado, ya que era costumbre y como tal, era ley. Un frío helado paralizó a las hermanas y un fuego hizo hervir su sangre, la elección fue aceptada pese a la desazón de ambas, que a hurtadillas intercambiaron miradas de complicidad, de desamparo, impotencia, angustia y tristeza. La elegida fue María, no Hanan, su hermana, y así ocurrió, sin importar el deseo, el amor. Eso estaba vedado ante los ojos de los otros. Eso se sufriría en silencio, en la soledad más sola y única, allí donde los otros no transitaban, donde la realidad del destino venía impuesta por la repetición de las costumbres, por la imposición. Allí donde lagrimas amargas y de desasosiego regaban ríos de desgarro inapelable. Allí donde su Dios se convertía en un desconocido perdido en la multitud de dudas. Mientras los unos brindaban, las otras lloraban. Al día siguiente perturbada y abatida por la impotencia del mandato que la paralizaba, forcejea y logra desconectar con la intención de provocar una falla que le vuelva la cordura a su mundo, que devuelva la paz a su corazón y la felicidad al de su hermana, corre en busca de su tío el párroco, corre, corre, corre hasta llegar al recodo del sendero, donde tropieza con un peregrino que la ve agitada, como desesperada, tratando de librarse de un tornado, le ofrece ayuda, se miran, la toma de la mano y con voz calma le reza: inútil es que busques refugio distinto al que esta marcado, vuelve, ve y cumple con tu destino, eres fuerte y sabrás torcerlo; y así fue, sin darse cuenta retomó el camino a casa y el peregrino se perdió en su conciencia.
Corría el año 1910.
Vuelta a conectar ella partió, llevándose solo el deseo de Hanan, su hermana, en el corazón. No había otra cosa que la hiciera sufrir más que el sentir traicionarla, porque eso sentía. No se supo nunca cuánto duró ese sentimiento, si es que en algún momento logro dejarlo en el olvido de los recuerdos dolorosos de la vida.
No siempre la vida juega esta mala pasada en complicidad de un destino cuyo poder, supuestamente, guía la vida humana, cercenando el libre albedrío. Si leemos acerca del “destino” en la religión, veremos que es un plan no modificable, pergeñado por dios, aunque confronta con la idea, también religiosa, de que existe la libertad, el libre albedrío que asemeja a ambos, hombre a dios; y si lo hacemos en la filosofía, vemos que lo relaciona a la teoría de la causalidad, lo que ocurre es porque hay una causa que lo provoca, y en el medio de toda esta maraña de retórica, María. Si se entiende al “destino” como una sucesión inevitable de acontecimientos de la que ninguna persona puede escapar, estaríamos afirmando que el estar conectados o no a la “Matrix”, dependería de un orden establecido, y bien sabido esta que, una mínima falla en el sistema hará que la realidad paralela confronte y haga trizas al espejo que la sostiene. María jugó esa dualidad de salir por momentos, pero volver a entrar por mandato, por ese constante mandamiento que se le había agregado a sus tablas, que le rezaba y al que rezaba, intentando alivio que abonara sus esperanzas.
Desde mí y con el poder que me confiere la libertad, que a simple vista me dispensan los afectos, yendo y viniendo en el relato de esta historia, me adelanto en el tiempo y veo, tengo claro su rostro de mujer de mirada profunda, que registra cada cuadro de lo que mira antes de decir, una mirada transparente que también deja leer a quien la mira y ve. Reflexiva, solidaria, aunque determinante y clara en sus convicciones. Solía hacerme comentarios de esos registros, en cualquier situación que nos encontrara juntos, sus ojos me expresaban lo que ella veía en ese momento, un dialogo que fue perfeccionándose con el paso del tiempo, miradas cómplices que permitían actuar en consecuencia o poder entender ciertos comportamientos refractarios al afuera, a los otros. Su cara ayudaba a entender sus estados, su piel blanca y sus arrugas daban cuenta su carácter, era junto a sus manos y su postura erguida, la manera en que María se plantaba ante el mundo. Sus manos, herencia de la que me hago cargo, tenían un registro minucioso y muy marcado de su historia, verlas era la viva demostración de pertenencia a esa mujer, cuyo día a día desde esa Shatín natal, le cobraría sus horas vividas con cada uno de sus minutos, como tratando de forjar en ella un anuario de cuentas de carozos de aceituna, que con dedicación había tejido y transformado en rosario, su arma, de la que no despegaba y la fortalecía cuando necesariamente desconectaba para hacer valer sus convicciones, diariamente a las 04am en la oscuridad de su cuarto y en el abrazo de su lecho con edredón de plumas cubierto en cuero de guanaco, rezaba cada cuenta con cada una de las intenciones afectadas, con el detalle más que intencionado, de ser el único momento en el que ella era allí y allá, rezaba en su idioma natal, significando que, como dijo el peregrino, su fortaleza acariciaba su destino. La fe y su fortaleza eran los bastiones en los que ella descansaba en ese caminar la vida, donde irónicamente, pese a su creencia, el mana no le cayó del cielo, debió procurárselo siempre, y siempre con esfuerzos que ella menguaba con su abnegada predica silenciosa o no del rosario, y a medida que cruzaba cuentas, sentía que alimentaba su fortaleza, fortaleza que había flaqueado hoy, pero que necesitaría mañana, porque era un vivir día a día, el futuro era mañana, pero para María, lo importante era eso, tener FE en mañana que ya era bastante.
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