El
destierro.
Los jóvenes
turcos, en alianza con otras fuerzas y fogueados por occidente, principalmente Francia
y Gran Bretaña, cuyos intereses económicos y comerciales eran más que evidentes,
logran cambiar sultanes como figuritas, restituir un parlamento que operara a
su antojo y a medida que se lían al “poder” son fagocitados por éste y terminan
haciendo terribles atrocidades y desigualdades peores a las que supuestamente fueron
a combatir. Nacen como revolucionarios que quieren cambiar el sistema, la
desigualdad los agobia, las injusticias los abonan a luchar, pero cuando uno de
los pueblos del imperio alza sus voces, porque no ve nada de eso, sino lo contrario,
ocurre lo que aún hoy el mundo repudia. Las fisuras del imperio promovieron una
fuerte propaganda a la que estratégicamente intentaron sembrar en todo el territorio.
Lisa y llanamente una “operación” orquestada a sangre fría, un comportamiento
canalla, una fake news que recaía sobre el pueblo armenio.
María
fue testigo del destierro armenio, de lo peor que un ser humano puede hacer a otro,
en pleno día, a vistas de todos, de muchos que acobijan, los menos, los pobres,
como siempre; mientras que los muchos, los amigos de ese “poder” miran para
otro lado, son tibios en sus comportamientos, aunque inexcusable en sus actitudes.
Se sintió desterrada en su propia tierra viviendo el mismo destino que ellos,
pero también tendió su mano acobijando y ayudando a los desterrados peregrinos
que de a miles llegaban a sus tierras. Todo eso lo vivió sin ser invitada a ver,
claro, era en esos momentos en los que estaba liberada, cuando podía ver a los demás
conectados y sincronizados a un ritmo de relojería, ahí cuando se encontraban el
destino y su libre albedrío, cuando las pequeñas fichas de libertad eran pocas,
muy escazas, solo usables por ellas, ya que sus baterías no soportarían otro despliegue,
y lo sabía, lo aprovechaba y decodificaba, para intentar luego poner en
palabras esa vivencia. En esos caminos rocosos y de laderas de piedra caliza o
de montes achaparrados los vio, en los despeñaderos los vio, a la vera de los
senderos que bajan al valle los vio, apilados como NN los vio y ayudó en lo que
pudo y compartió con esos peregrinos forzados a caminar su tierra, huyendo del horror y el espanto, huyendo de la muerte
segura, dejando su tierra, desmembrada su familia, modificada su historia por
la decisión de un destino manipulado por otros, que será su destino de ahora en
más, pero con la impotencia de no creerse merecedores de ese castigo, donde la
falla de la máquina dio mayor potencia al desarrollo y canceló las claves de acceso a la libertad, allí donde xi desnivela
todas las fuerzas y erosiona cualquier posibilidad. La hipocresía vuelve y se
deja ver, pero no logra opacar el olor a muerte injusta. La marcha forzada de
los armenios por cientos de kilómetros, que atravesó zonas desérticas, provocó que
la mayor parte de los deportados pereciera víctima del hambre, la sed, las enfermedades
y las privaciones. Los supervivientes que no lograban esconderse, acogidos por
ejemplo por campesinos libaneses, eran robados y violados por los gendarmes que
debían protegerlos, con frecuencia acompañados por bandas de asesinos y oportunistas,
honrando a ese pueblo, a esas vidas vio, fue presencia entre tanta ausencia, lo
que suponía protección vio tornarse en indiferencia, en una ambigüedad favoreciendo
al más fuerte y nuevamente debe regresar y conectarse, seguía creyendo en el
mandato, nunca lograría decodificarlo.
Sabido
es que esos fueron tiempos difíciles para ella también. Su apariencia no era la misma, sus rasgos
marcados daban cuenta de una falta de foco entre lo cronológico y lo visual,
era muy joven con aspecto de mayor, de haber corrido y en la carrera acelerado
las agujas del tiempo, corría su cuerpo, pero no su mente, corría su necesidad,
pero no su posibilidad, corría su deseo, pero no su suerte, un correr espantado
por el hambre, premura, pensando en su hija, su familia, pero también ante la
injusticia a la que no podía enfrentar, aun quisiera, porque no contaba con la
astucia y la malicia de un veneno que se infiltraba por las fisuras más inesperadas
de una sociedad corrompida por la ignorancia aprovechada, por la seducción atrevida
de gobernantes o poderosos dispuestos a entregar su alma al diablo a cambio de
la vida eterna, ignorando ellos que su ignorancia, mezcla de paganos infieles
devenidos en creyentes inmorales, los hacia presas del poder supremo regente en
la Gran Puerta. Los sultanes aprovecharían esas pociones venenosas como
herramienta, sin tener la necesidad de exponer demasiado poderío bélico, sin
mostrar sus tropas, solo mandando algunos infiltrados que motivaban escaramuzas
en el pueblo escéptico. María, en sus días de trabajar en tierras sirias,
también pertenecientes a los dominios de la Gran Puerta, se fue enterando de
esas practicas ejercidas ante la mirada de un pueblo que desconocía lo
significante que puede ser leer entre líneas, pero claro, la ignorancia no es
maestra de interpretaciones sutiles y tampoco significa que María tuviese acceso
a los expedientes para poder juzgar tamañas mendicidades, ella simplemente
actuaba bajo los efectos del sentido común, era simple.
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